El mito de la imposición o “ya estuvo compa”

Por Ramón I. Centeno
(The University of Sheffield)

La idea de que Peña Nieto está en la Presidencia como producto de –vienen las palabras mágicas- “una imposición”, es de las más dañinas en el mundo de los activistas de izquierda en el México de hoy, y es necesario combatirla. Se trata de una noción que no convence a nadie. Su falsedad es la razón por la cual la (preocupante) brutalidad policiaca que encontraron las protestas contra el nuevo presidente este 1 de diciembre fue ampliamente aplaudida en el país, incluso por “los pobres.”


No estoy seguro de quién acuñó el mito pero el sello de familia es inconfundible, pues todo lo que esa idea sugiere se acopla con naturalidad a la explicación que López Obrador dio de su derrota: incapaz de reconocer sus propios errores, todo lo explica mediante el árbitro vendido. Este personaje, en su mitin, también el pasado 1 de diciembre, reiteró su convicción de que “nos han robado la Presidencia en dos ocasiones”, por lo cual hoy tenemos un “gobierno surgido del fraude electoral.” Por lo tanto, el gobierno “impuesto” de Peña Nieto “es ilegal e ilegítimo.” En pocas palabras, López Obrador confunde sus deseos con la realidad. Vamos por partes.

Mientras más rápido lo reconozcamos, mejor: no hubo imposición alguna. No cuando el actual presidente obtuvo más votos que los otros candidatos. Incluso si “la doña” votó por el PRI porque le ofrecieron un vale de Soriana, lo hizo por voluntad propia. En efecto, aquí se puede argumentar que esto se llama coacción. Lo cierto es que si esos votantes hubieran visto algo mejor que un vale de Soriana, habrían votado de otro modo. En algún sentido, estos votantes tienen razón: PRI, PAN y PRD no se distinguen demasiado unos de otros, con una diferencia: el día de la elección sólo uno les ofreció la despensa de la quincena. Así las cosas, ¿quién tiene éxito en presentarse como más cercano a los intereses populares? Aquí está “el secreto” del PRI.

¿Qué hay de la acción de las televisoras? ¿No es eso una imposición? En realidad la pregunta debería ser otra: ¿debe sorprendernos su actuación? Pareciera que acabamos de hacer el descubrimiento del siglo cuando en México se comenta que los dueños de los medios de comunicación tienen intereses que los llevan a favorecer determinadas agendas. Esto siempre ha sido así y lo seguirá siendo mientras la función social de informar sea tratada como un negocio más. Ninguna revolución (estadounidense, francesa, rusa, mexicana, árabes, etc.) se ha realizado con los medios a su favor.

Y a pesar de la evidente inconsistencia del discurso de la imposición, este es hegemónico en el mundo del activismo mexicano. Pero como decimos en los barrios del DF, “ya estuvo compa.” No necesitamos inventar un mito demoníaco para dejarnos seducir por la militancia. ¿Por qué siempre la izquierda se coloca en el lugar de víctima? ¿Qué placer encontramos en emular la crucifixión de Jesucristo?

En efecto, aunque la tradición cristiana ha sido rechazada por el ateísmo, muchas de sus metáforas se reproducen una y otra vez por este, a veces con más pasión. En el extremo retorcido está por supuesto el estalinismo, donde “la autocrítica” era una obligación, lo cual no era otra cosa sino el rito de “la confesión” disfrazado. El “pecado” de “los sentimientos carnales” fue sustituido por “las desviaciones pequeñoburguesas”, que en ambos casos deben producir “culpa”. Pero hay más.

Estamos mal acostumbrados a representar el papel del sacrificio frente a un orden lleno de pecado, donde nuestras victorias sólo pueden ser morales. Esto no puede seguir. La superación de la catástrofe social en curso -producto de la depredación planetaria del capitalismo- tiene minúsculas posibilidades de éxito. Esa es la verdad. Y tales posibilidades sólo pueden maximizarse si el renacimiento que la izquierda requiere pasa por el abandono radical de toda auto-flagelación.

Hay dos grandes formas de discurso político: el del cambio y el del orden. El primero es el lugar tradicional de “la izquierda” y el otro el de “la derecha”. Por ello la izquierda siempre está contra la pared. No terminamos de entender que las sociedades están compuestas por “gente normal”, con legítimas aspiraciones de tener una vida feliz en familia, con un perro, navidades, etc. La derecha siempre capitaliza a su favor ese hecho para presentarnos como peligros a esos deseos sociales. Es hora de invertir la ecuación. Frente al caos presente, nosotros queremos la armonía. En lenguaje del barrio, México es un pinche desmadre que nosotros vamos a arreglar.

El PRI ganó una compleja batalla política, pero como bien apuntaba Lenin, “el reconocimiento de un hecho o una tendencia como realmente existente de ningún modo implica que debe ser aceptado como una realidad que constituye una norma para nuestras acciones.” Entonces, debemos denunciar que el regreso del PRI es un desorden que sólo mantendrá el riesgo permanente en que viven las familias mexicanas, sobre todo las de las clases populares, que son la mayoría del país.

En México, ¿no es acaso la Guerra contra el Narco un tremendo peligro para nuestras familias? ¿El esposo que tal vez no vuelva del trabajo? ¿La hija que puede ser la nueva “muerta de Juárez”? En el terreno económico, ¿no es acaso el actual capitalismo de cuates el gran obstáculo para que nuevas generaciones formen sus familias? ¿El hijo que no puede independizarse por el desempleo? ¿La madre que no puede jubilarse en paz porque debe usar su ingreso para mantener hasta a los nietos?

Es justo este terreno el que debemos disputar y que hoy está ocupado por las fuerzas nefastas que radicalizó Calderón, justificando la Guerra al Narco bajo el eslogan: “para que la droga no llegue a tus hijos.” Mientras tanto, muchos activistas siguen buscando en López Obrador la alternativa que no es, al tiempo que se entretienen con una “imposición” que inventó aquél. Si aspiramos a que futuras protestas cuenten con la simpatía popular, debemos dejar claro qué es lo que queremos y recordar que la toma de calles es un medio, no “el” fin. Como sugiere Žižek por ahí en relación con el problema del Estado, y modificado un poco por mí para generalizar: “si usted no tiene una clara idea de con qué quiere reemplazar lo existente, no tiene derecho de salirse de lo que existe.” Es hora de ponernos serios y de no tener miedo de postularnos al timón de mando. La cuestión comunista debe salir de nuestras bocas no como “crítica al sistema”, sino como alternativa al caos actual. Nos urge esa metamorfosis.

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